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Tupolev SB2
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ARTÍCULO EXTRAÍDO DEL DIARIO HOY
- El bando nacional silenció el ataque, que dejó un número de fallecidos aún sin confirmar, entre 35 y 50
- El 23 de julio de 1937, aviones soviéticos aterrorizaron a los cacereños con 18 bombas
«Regados por las calles quedaron los cadáveres de numerosos niños que acudían a aquella hora (9.30) a los colegios y los de varias mujeres que se encaminaban a practicar en el templo (la entonces iglesia de Santa María, hoy concatedral) sus diarias devociones. Hasta dentro del templo cayeron nueve de aquellas acribilladas por la metralla». Estas palabras las escribió en el Diario HOY el escritor y periodista Antonio Reyes Huertas (1887-1952) para contar el horror que sufrió Cáceres el 23 de julio de 1937, cuando cinco aviones republicanos se adueñaron por unos minutos de la ciudad para llenarla de muerte y miedo.
El escritor lo contó un año después del suceso porque el bombardeo de Cáceres fue acallado y casi nada salió publicado sobre esta tragedia cuando se produjo. «Se decretó el silencio oficial por razones de guerra, pero yo vi los muertos. y fueron muchos», solía afirmar el periodista Fernando García Morales (fallecido en el 2011 con 86 años) cuando hablaba de este episodio de la Guerra Civil.
¿Cuántos muertos hubo? Un año después del bombardeo, Reyes Huertas hablaba de 41 fallecidos y 60 heridos; otras fuentes elevaban los muertos a medio centenar. Según datos aportados por el cementerio municipal, en este lugar se enterraron 33 personas en un primer momento (después murieron algunos heridos graves), pero hubo otras víctimas que procedían de pueblos cercanos y a sus familiares se les dio permiso para darles sepultura en sus localidades. El historiador, sacerdote y escritor Ángel David Martín Rubio (Castuera, 1969) afirma que tras la acción de guerra hubo 31 muertos y 64 heridos, cuatro de los cuales murieron después, lo que elevaría el número de víctimas mortales a 35.
¿Por qué Cáceres? Esta ciudad era una de las más importantes en el bando nacional durante la Guerra Civil. En los inicios de la Contienda fue cuartel general de Franco, que residió en el palacio de los Golfines de Arriba. Aquí estuvo 38 días, desde el 26 de agosto de 1936. Cuando ocurrió el bombardeo, en julio de 1937, esta ciudad tenía un estratégico campo de aviación y aquí había numerosos cuarteles. Además de los del Regimiento de Argel (ahora Cefot) y el de la Guardia Civil, se hallaban los de las tropas moras, otro de los requetés, de las tropas carlistas y el de Falange.
La agresión a Cáceres se produjo con cinco aviones soviéticos, cinco espectaculares Tupolev SB2 que en España fueron bautizados con el nombre de 'Katiuskas'. En octubre de 1936 Stalin comenzó a enviarlos hasta llegar a mandar 92 aviones de este tipo. Eran bimotores muy ágiles que permitían hacer ataques rápidos con gran éxito. Alcanzaban una velocidad de 430 kilómetros a la hora, con una autonomía de vuelo de 5 horas, capaces de cargar unos 600 kilos de bombas y llevar cuatro ametralladoras. En cada avión viajaban tres tripulantes y el fuselaje era de duralumino, de color blanco.
La República los usó durante más de un año para adentrarse en territorio enemigo y bombardear sitios estratégicos. Con ellos se atacó, además de a Cáceres, a Burgos, Granada, Sevilla, Segovia, Zaragoza, Valladolid. Los que llegaron a la capital cacereña salieron de la base aérea de Los Llanos, en Albacete, y se asegura que el mando lo tenía el teniente coronel Jaime Mata.
Sin sirenas
El ataque llegó a Cáceres cuando esta ciudad no se lo esperaba. Ni siquiera hubo el sonido de una sirena para avisar a los ciudadanos de que debían buscar refugio.
Los cinco katiuskas llegaron a las nueve y media de la mañana. Vinieron a sembrar el terror en una ciudad tranquila, de pequeñas proporciones, que por entonces terminaba antes de llegar al Paseo de Cánovas. En la iglesia de Santa María estuvo durante toda la Guerra Civil la imagen de la patrona de Cáceres, Nuestra Señora la Virgen de la Montaña, y muchas mujeres acudían a verla casi todos los días.
Eso es lo que hizo aquel 23 de julio Felisa Leal (murió en 2010 con 98 años), que dejó su recuerdo en su libro 'El mirador de la plazuela': «Esa mañana me dirigía a ver a la Virgen de la Montaña en la iglesia de Santa María, antes de ir a la Caja de Ahorros (era su lugar de trabajo). Al llegar a la esquina del Palacio Episcopal me encontré con mi prima Demetria, que venía de Santa María. Me paré para decirle buenos días y saludé a las hermanas Torno que, al parecer, venían detrás de mí y en ese momento me adelantaron. Al poco oímos unos aviones y una ráfaga de ametralladora. Yo le dije a mi prima que se tirase al suelo y nos tiramos las dos. Pasado el susto y viendo que la gente corría, nos pusimos en pie y Demetria se fue corriendo a su casa y yo a Santa María, donde supuse que estaba mi madre, ya que todos los días acudía a esa hora a misa. Las bombas habían caído en la puerta de Santa María y las dos hermanas Torno, que entraban en ese momento, cayeron ametralladas. Nada más entrar en la iglesia me asusté mucho, porque en el banco en el que mi madre se solía poner había una señora muerta. Era la madre de Fernando Quirós. Luego vi a Elia Castellano, también en el suelo, herida de muerte. Como la metralla había penetrado por las puertas de la Iglesia, había más personas heridas o muertas. Menos mal que me encontré con un compañero de la Caja que me dijo, 'tu madre está acurrucada en uno de los altares de la izquierda'. Fui y, efectivamente, allí estaba. Gracias a Dios la encontré rápidamente, acurrucada en un rincón. Me dijo que no sabía por qué, ese día no se había puesto en su sitio de costumbre». En el bombardeo murieron tres amigas de Felisa Leal.
El obispo manchado
Cayeron 18 bombas. Tres de ellas, al menos, en la Plaza de Santa María. Las dos puertas de la iglesia estaban abiertas y dos artefactos explotaron cerca de ellas. Se aseguraba que habían muerto o resultado heridos todos los fieles que estaban en la zona del fondo del templo, desde las pilas del agua bendita para atrás. García Morales recordaba que había visto a una mujer mayor arrodillada sin cabeza. El lugar del bombardeo no era casual: en Santa María estaba la sede del Gobierno Civil, en donde ahora se encuentra la Diputación Provincial, y un cuartel de milicias había sido instalado en el Palacio de Ovando. Las dos personas que hacían guardia en las puertas de ambos lugares fueron víctimas del ataque aéreo. «Del carabinero que hacía guardia en el Gobierno Civil se encontró sólo la gorra; del que hacía guardia en las Milicias Nacionales una bomba le arrancó un brazo que quedó pegado en una bóveda», comentaba García Morales.
El fallecido periodista Germán Sellers, que fue testigo de la masacre con 14 años, indicó en su libro
'Cáceres visto por un periodista' que una de las cosas que más le impresionó fue ver al obispo Francisco Barbado Viejo (1890-1964), «con sus vestiduras manchadas por los cascajos y la sangre de los heridos, confortando a estos o auxiliando, en sus últimos momentos, a los más graves». Sellers recordaba que pudo haber más víctimas, ya que una de las bombas no llegó a explotar al quedar incrustada en el techo del templo.
Las huellas de estas bombas aún se pueden ver en los impactos de la metralla en la fachada de la Concatedral, varias de ellas junto a una inscripción con el nombre de 'José Antonio'.
Un proyectil alcanzó el Palacio de Mayoralgo (actual sede de la Caja de Ahorros de Extremadura). Quedaron destruidas la magnífica fachada principal y la primera crujía del edificio. Aquí hubo una víctima mortal que no pertenecía a la familia propietaria del palacio. El dueño, el conde de la Torre de Mayoralgo, resultó herido de consideración. En 1942 el edificio fue reconstruido por la Dirección General de Bellas Artes.
También causó gran daño otra bomba que cayó en la Plaza Mayor cerca del mercado de abastos que estaba junto al edificio del Ayuntamiento, en lo que ahora es el Foro de los Balbos. Otras cayeron cerca de la sede de la Audiencia Territorial de Extremadura (ahora Tribunal Superior de Justicia), en la calle Nidos, y en el edificio en el que se encuentra la Sala Capitol. Otras lo hicieron junto a la Casa del Sol e incluso una hizo saltar numerosos sepulcros en el cementerio.
La Plaza con sacos terreros
El terror se adueñó de Cáceres. Muchos cacereños no durmieron en sus casas, y a las autoridades les costó que la ciudad volviera a la normalidad. Se sancionó a los vendedores que no regresaban a sus puestos del mercado de abastos, y a los forasteros que vendían en la Plaza Mayor y dejaron de hacerlo se les prohibió vender en cualquier sitio de Cáceres.
En el ejemplar del Diario HOY del 28 de julio de 1937, cinco días después de la acción de guerra, se informaba brevemente de que «se ha restablecido por completo la tranquilidad en la población», y que se habían constituido las juntas parroquiales para el servicio de alarma en cuatro torres de Cáceres, en las de las iglesias de Santiago, San Juan, Santa María y San Mateo. También se indicaba que, «la suscripción iniciada en favor de los damnificados por el criminal bombardeo de la aviación roja ha alcanzado ya la cifra de 1.500 pesetas». Esa suscripción era para socorrer a las personas que se habían quedado sin hogar ni recursos.
Cáceres se preparó para nuevos bombardeos. Los soportales de la Plaza Mayor se habilitaron como refugio, tapando los arcos con sacos terreros, y se hicieron refugios en sótanos de edificios grandes. Por la noche en la entrada de los refugios había farolillos de aceite cubiertos de celofán azul. Los cristales de las casas se cruzaron con papel de goma, para no causar heridos si se destrozaban con las bombas. Se construyeron hasta trincheras...La ciudad estaba preparada; pero, por suerte, ya no hubo más bombardeos.