Ya nos hemos referido en otras
ocasiones al imprescindible libro de Antonio Bahamondes, Un año con Queipo. En esta
ocasión quien nos cuenta detalles de la represión franquista, es alguien que
trabajó durante dos años junto a los vencedores. Concretamente, ocupó el cargo
de delegado de propaganda de Queipo de Llano. Hecho éste que tiene un enorme
valor, aunque los enterradores de la verdad acabarán inventándose que en
realidad se trataba de un rojo camuflado.
Cansado, hastiado, y sobre todo,
horrorizado, por los sangrientos hechos que presenció, decidió jugarse el todo
por el todo y abandonar España. Ya a salvo, en Bélgica, escribió el libro donde
denunciaba las atrocidades que presenció o le contaron. Sus problemas de conciencia como buen católico que fue, no le permitieron continuar presenciando
tantas injusticias.
Dedica un capítulo especial a la
colaboración que prestó el régimen de Salazar a
los sublevados. No tiene desperdicio el capítulo donde da cuenta de la
conversación que mantuvo con dos
miembros de la policía internacional portuguesa, Serra y Mouro.
Habla Eurico Serra, uno de los
dos policías:
Ahora nosotros no vamos a Badajoz
más que una o dos veces por semana, y hay semanas que no hacemos ningún viaje
por semana , pero los primeros meses del movimiento íbamos todas las noches a
llevar el camión de la carne (textual) a Badajoz. Nos dirigíamos directamente a
la Plaza de Toros donde se fusilaba. Muchas veces lo he presenciado. Nuestro
trabajo, al principio era muy fácil. Los españoles que pasaron la frontera por diferentes sitios,
se dirigieron casi en su totalidad a Lisboa, pues se creían más seguros que en
los pueblos. En los cafés o en las calles a todos los que oíamos hablar español
los deteníamos. Pocas veces nos equivocábamos. Todos los que no poseían
documentación “nacionalista”, los llevábamos a Badajoz.
Serra nos explicó que uno de los
medios empleados, que mejor resultado daba, era poner anuncios en los
periódicos ofreciendo habitaciones a precios muy bajos, y por este
procedimiento han detenido a muchísimos españoles.
En Portugal, la pena de muerte
está abolida . Se detenía a los portugueses de significación antifascista y se
les llevaba a Badajoz mezclados con los españoles. De acuerdo con las
autoridades nacionalistas, se los fusilaban con éstos. Serra y Mouro estaban de
acuerdo en que los españoles enviados a Badajoz pasaban de CINCO MIL”
En otro momento de este capítulo
se refiere a la imprescindible ayuda portuguesa a los facciosos españoles.
Franco recibe gran cantidad de
aviones, vía Portugal. Estando yo en Badajoz, he visto pasar una caravana de
ciento siete camiones con cajones grandísimos que, según me dijo el gobernador
militar Cañizares, contenían aviones desmontados. El gobernador militar de Elvas hizo entrega a Cañizares, en
Badajoz, de la expedición.
En el mes de julio del treinta y
siete vi en Badajoz al director de Radio Club
Portugués, capitán Botelho Muñiz, que había venido al frente de una
expedición que transportaba, entre otras cosas, trescientas ametralladoras y un
millón de cartuchos. Este capitán, fascista furibundo, hace continuos viajes a
la España de Franco al frente de expediciones que transportan víveres y
armamento. EL envío constante de productos hace que en Portugal se carezca de
algunos de ellos y ha provocado allí un considerable encarecimiento del coste
de la vida.
En las filas nacionalistas luchan
veinte mil portugueses. Esta cifra me la ha dado el teniente ayudante del
gobernador militar de Elvas. Muchos son obreros a los que se contrata con
buenos jornales para trabajar en España en la construcción de carreteras. Al
llegar, los conducen a los campamentos donde les dan una instrucción militar
muy somera, mandándolos al frente. A los que no se resignan e insisten en
volver a Portugal, los fusilan. Así han muerto muchos portugueses dignos. Los ascensos que obtienen en España los
oficiales portugueses que luchan en las filas “nacionalistas”, constan en el
escalafón del Ejército portugués.
En Badajoz hay siempre numerosos
oficiales portugueses, con los que yo he hablado muchas veces.
Por último, destacar este
escalofriante dato que aporta Bahamonde.
Las autoridades portuguesas organizaron
la caza de los españoles que se refugiaron en Portugal. El servicio de
espionaje de confidentes es una red rapidísima. Son confidentes desde los
camareros de los cafés y los limpiabotas, hasta
Sus Excelencias de botines blancos y monóculo. En Lisboa todo el mundo es confidente,
mientras no se demuestre lo contrario. Tienen una asignación de seiscientos
escudos mensuales.
Hablar español en Portugal, es
tener la seguridad absoluta de ser detenido.
Hasta aquí, como diría Rajoy, la
cita del libro.
Como podemos apreciar, el
gobierno portugués se tomó bien en serio el asunto de la “caza” de refugiados
españoles. Vil y mezquino se podría
calificar el hecho de que éstos fueran engañados por la policía lusa con anuncios en prensa para atraer su
atención. Que contaran con una amplia red de delatores nos da una idea aproximada de lo peligrosa, a
veces letal, que resultó para muchos españoles la aventura portuguesa.
Se puede intuir en el autor, eso
hay que reconocerlo, una cierta exageración en los datos que aporta, pero eso
no le quita autenticidad a los hechos narrados. A fin de cuentas, ¿Por qué
habría de inventarse nada? Nada podía
ganar con todo esto alguien que sabía que tendría su vida resuelta con
importantes cargos, a poco que hubiera actuado con obediencia y haciendo de
tripa corazón, tal como hicieron muchos. Es decir, nada ganaba, sino todo lo
contrario, lanzándose a una guerra personal contra los fascistas, que le obligaba a abandonar su familia, suponemos que más tarde volverían
a reunirse, su país… para ponerse a
salvo en el exilio y así contarnos su
sobrecogedora experiencia.
Voluntarios en la Guerra Civil española conocido como los Viriatos. |
Antonio Alfonso Hernández, 31 de Enero 2014