Artículo por Antonio Alfonso Hernández
La casa de la familia Rosales es
un edificio de tres plantas con un
inmenso patio de estilo andaluz rodeado de muchas habitaciones. En la última planta, se decide alojar a Lorca. En ella vive “la tía Luisa”,
Luisa Camacho, hermana de la madre de los Rosales, Esperanza.
Es importante que tengamos en cuenta
bajo qué circunstancias aceptan alojarlo allí. Luis Rosales le comentó al investigador
Agustín Penón, a mitad de los años cincuenta, que en ningún momento la familia
de Lorca pensó que la vida de éste corriera peligro. Tampoco Rosales vislumbró esa posibilidad. Se
trataba de darle cobijo para evitarle las molestias de los registros. Por esa
razón se acordó acogerlo en la inmensa casa.
No obstante, como ya expliqué en el capítulo anterior, Luis se ofreció
para pasarlo a zona republicana, pero
Federico no estuvo de acuerdo.
Se siente a gusto desde el
principio, rodeado de las atenciones de las mujeres de la casa; Esperanza
Camacho, su hija, Esperanza, al que el poeta llama, “mi divina carcelera”, tía
Luisa y Basilisa, la criada. Los varones, por sus muchas ocupaciones lo ven
menos, excepto Luis, quien habla con él con cierta frecuencia y Gerardo, el
pequeño.
El día 15, se produce un nuevo
registro en la Huerta de San Vicente. Esta vez vienen a detenerlo. Encabeza el
grupo Francisco Estévez. Lo revuelven
todo buscando tal vez algo que pueda comprometer al poeta. Parece ser que amenazan
con llevarse al padre si no les dicen
dónde se encuentra.
Durante mucho tiempo ha existido
la creencia de que, probablemente fuera su hermana Concha, quien ante la posibilidad de que prendieran al padre
habría confesado aterrorizada el lugar donde estaba su hermano. Sin embargo, en los últimos años han aparecido
otros trabajos donde se apunta a otras posibilidades, que veremos después, creando ciertas dudas de si realmente fue ella
la que habría cedido ante las amenazas que sufrieron.
Luis Rosales, en el escrito
exculpatorio que envió a las distintas autoridades, se habla que mandó siete, donde
tenía que defenderse de la acusación de haber protegido al poeta, comentó que
en el último registro efectuado en La Huerta de San Vicente, el del día 15 de
agosto, siguiendo su mandato, la familia notificó que estaba en su casa.
También que Federico estuvo en calidad de invitado, no oculto, como lo
demuestra el hecho de que lo hubieran visto muchas personas, nombrando a
algunas de las mismas. Igualmente, trató de aclarar que en el tiempo en que
estuvo alojado no fue requerido en ningún momento por parte de las
autoridades, y que ahora, al existir ese requerimiento, se cumplían las órdenes dadas por él a la
familia en el sentido de que fuera puesto a disposición de la justicia en el
primer requerimiento que se produjera. Además, puntualiza que en los días
transcurridos mientras permanece en la vivienda no ha habido ninguna actuación
contra él y que tan pronto como ésta se ha producido, ha obrado dándole
cumplimiento de inmediato.
Como podemos ver, es justo lo
contrario de lo que le dijo a la familia García Lorca. Que bajo ningún concepto
dijeran dónde estaba. Hay que entender que Luís Rosales trataba de salvar el
pellejo. Sabía perfectamente cómo se las gastaban. Es humanamente comprensible que en aquellas
circunstancias, decidiera cambiar la historia para intentar salvarse. No podemos tener ninguna clase de dudas, a
nivel humano, del comportamiento ejemplar de aquella familia, que asumieron en
aquellos momentos un riesgo importante
al proteger a Lorca. En general, podríamos calificarlo de intachable aunque
algunos de sus miembros pudieran no estar de acuerdo con la decisión tomada.
Aunque en esta ocasión no nombró a nadie concreto en relación con la presunta
delación, en cambio, casi veinte años después, Luis, le contaría a Penón, investigador norteamericano de origen
hispano que investigó durante 1955-56 el caso de Lorca, que probablemente fuera
su hermana Concha la que les dijo que Federico estaba pasando unos días en la
casa de los Rosales, remarcando que estaba invitado por esta familia.
No obstante, la aparición de
trabajos relativamente recientes nos ofrecen otras posibilidades.
Es el caso de El silencio de los
Rosales. Última huella de Federico García Lorca, 2002. El autor, Gerardo
Rosales, hijo del más pequeño de los
varones, Gerardo, narró de manera novelada los detalles que le ofrecieron sobre
las últimas semanas de Lorca, tanto su padre como su tío Luis. Según la información
aparecida en el libro, fue Antonio, su
tío y también falangista, el que fue “interrogado” por Rojas, (supongo que se refiere al
militar que encabezó uno de los registros a La Huerta) , viéndose obligado a
desvelarle el paradero del poeta.
Antonio, le comentó a su padre que Rojas ya lo sabía y sólo buscaba que él se lo
confirmara.
En el libro, Lorca, el último
paseo, de Gabriel Pozo, 2009, se da a conocer el contenido de una carta
manuscrita que le envió la actriz Enma Penella, hija de Ruiz Alonso, al autor
del libro, donde explica la confesión
que le hizo su padre sobre estos hechos antes de morir. La actriz puso la
condición de que no se publicara hasta que ella falleciera. Cosa que ocurrió en
agosto de 2007.
Alonso le habría dicho a su hija que fue el mayor de los Rosales (Miguel), el
que le dijo en un desfile falangista, que Lorca estaba en su casa y que no
estaba de acuerdo con que estuviera
invitado y quería que se fuera. El padre de la actriz informó a sus jefes de la
CEDA y prepararon la denuncia contra Lorca.
También dijo en el escrito, que
Queipo estaba al corriente del asunto de Lorca. Llamó al Gobierno Civil, ya lo habían
llamado antes a él desde allí para consultarle, y ordenó que le dieran un gran
susto a Lorca para que confesara lo que sabía sobre Fernando de los Ríos y,
además, firmara una denuncia contra él. Según esta versión, De los Ríos sería
realmente el objetivo que buscaban.
Ruiz Alonso le habría contado a
su hija, además, que el hijo mayor de
los Rosales le entregó a Lorca sin esposar y así fue llevado.
Estos datos vendrían a refrendar la sospecha que siempre existió,
de que Ruiz Alonso estaba detrás de la denuncia.
Seguimos con el relato de los hechos. La
madrugada del 16 de agosto, domingo, es
asesinado Manuel Fernández Montesinos, cuñado de Lorca. Es de suponer que éste se entera de la notica a través de su familia, y a partir de ese
momento es previsible que comenzara a
temer seriamente por su vida. Se da la circunstancia, según lo que declaró Esperanza Rosales a Agustín Penón en 1956, que precisamente ese día habían
hablado de la posibilidad de trasladarlo a otro lugar más seguro.
A primera hora de la tarde, 15.30 a 4 de la tarde, aproximadamente, de
aquel fatídico día, 16 de agosto, un coche, marca Oukland, para en las
inmediaciones del domicilio de los Rosales. En el citado vehículo viajan, Ruiz
Alonso, Juan Luis Trescastro Medina, abogado, también de la CEDA y emparentado
familiarmente con el padre de Lorca y al menos una persona más. Existe cierta
controversia aún sobre el nombre de esta
tercera persona, por lo que omitiré los nombres que se barajan. En cualquier
caso la participación de este individuo y la de Trescastro se limitó a la de
meros acompañantes. Es decir, no intervinieron en la detención y posterior
entrega del poeta, algo que recayó únicamente en Ruiz Alonso, como el mismo
reconoció en diferentes ocasiones.
Esté se apea del coche y se dirige solo a la casa
de la familia Rosales para proceder a la detención del poeta granadino. Es
fácil imaginarse los momentos de tensión
que debió vivir éste, cuando avisado por Esperanza Rosales, “mi divina
carcelera”, se entera del motivo de aquella inesperada visita. Según parece, al
tratarse de una persona con escasa presencia de ánimo, muy posiblemente
afrontara con evidentes signos de nerviosismo y angustia aquellos dramáticos
minutos.
Parece confirmado que el
despliegue que organizan en los accesos
a Angulo, 1, es enorme, con innumerables policías y guardias civiles apostados
en la calle y hombres armados en los tejados, lo cual demuestra claramente que la detención
de Federico García Lorca debió ser un
asunto de especial trascendencia para sus perseguidores.
Los miembros varones de la
familia se encuentran todos fuera del hogar. Luis Rosales, en la zona de Motril,
de la que es jefe de sector. Su hermano, José, “Pepiniqui”, se ha desplazado para
intentar salvar la vida de una persona llevando consigo el preceptivo indulto. Miguel, jefe de una escuadra falangista, está
en el Cuartel de Falange, y parece ser que el pequeño, Gerardo, se encuentra en
esos momentos en el cine. Por tanto, las mujeres de la casa deben afrontar
solas aquella dificilísima situación.
La madre, intenta comunicar con su marido o alguno de
sus hijos, logrando finalmente contactar
por teléfono con Miguel, el mayor. Se
llega al acuerdo de que Ruiz Alonso se persone en el Cuartel, cosa que hace,
para explicarle a Miguel los detalles de la detención. Éste, queda conforme, qué
remedio, y juntos se dirigen a casa de
los Rosales.
Sin embargo, el ex diputado que concedió escasas entrevistas para relatar
su experiencia en aquellos días, siempre mantuvo que primero se dirigió al Cuartel de Falange
para informar a Miguel Rosales sobre la orden de detención que le habían dado.
Es decir, según él, no estuvo previamente
en el domicilio de la familia. La razón que esgrimió fue que yendo en dirección
a Angulo, 1, se encontró en la puerta de
la Comisaria de Policía con Julio Romero Funes, policía y persona próxima al
Gobernador Civil, José Valdés. Al enterarse de hacia dónde se dirigía, le
informó que allí vivía la familia Rosales, extremo que al parecer desconocía Alonso.
Por esa razón consideró mejor informar antes a Miguel.
Cabe preguntarse cómo es posible
que una persona como él, bien relacionada, que llevaba varios años en Granada,
pudiera desconocer el domicilio de una familia tan popular en la ciudad. ¿Cómo
es posible que ninguno de sus acompañantes, ni el gobernador civil, que según
él, le dio la orden, le advirtieran de la situación?
Siempre nos quedará la duda. En
la entrevista que le hizo Molina Fajardo se quejó de que los Rosales sabían que
se puso en contacto con Miguel antes de proceder a la detención.
Al periodista granadino también
le contó, que fue Queipo de Llano el que llamó a Valdés para notificarle el
lugar en que se encontraba García Lorca, pero al parecer, desconociendo que
fuera la casa de los falangistas Rosales. Que Valdés fue el que le dio la orden para
conducirlo al Gobierno Civil. Desmintió
que hubiera gran movilización de fuerzas cuando detuvieron a Lorca y aclaró que aunque éste fue conducido al
Gobierno Civil en el vehículo de Trescastro, éste no les acompañó.
En el trayecto hacia la casa,
Miguel le preguntó a Ruiz Alonso por los motivos de la detención. Le respondió
entre otras cosas, que el poeta hacía más daño con sus escritos que algunos con
las pistolas.
Al llegar, según lo que Rosales
le comentó a Penón, se encuentran a
Federico tomando café en el patio , en compañía de algunos miembros de
su familia, no recuerda quienes, protegidos bajo un inmenso toldo que cubría toda la
estancia y que la familia instalaba todos los veranos. Nada más llegar, el
poeta se da cuenta de la situación al ver el semblante de Miguel. Le dijo que
se tenía que venir con él al Gobierno Civil y trató de tranquilizarlo. Ruiz
Alonso le indicó que serían sólo unas preguntas. Subió a cambiarse, estaba
medio en pijama, bajó las escaleras y
salió a la calle junto a Ruiz Alonso y Miguel Rosales. Ya fuera, se agarró al
brazo de éste mientras se dirigen al coche que les conduciría al Gobierno Civil
no parándole de repetir que localizara a su hermano Pepe.
Pepe, “Pepiniqui”, era sin duda,
el único de los hermanos que podía a través de su influencia resolver el
problema. Esa tarde, como decía antes, intentó salvar la vida de un hombre a
través de un indulto que ha conseguido, pero llegar tarde cuando ya la
ejecución se ha consumado. Esto es lo que le contó Miguel Rosales a Agustín
Penón.
Cuando llegan al Gobierno Civil,
algo después de las 6 de la tarde, Rosales tiene la preocupación lógica de que
puedan torturar a Lorca. Habla con unos amigos del Gobierno y estos le dan su
palabra de que tal hecho no se producirá.
Esa tarde, ejerce de Gobernador Civil, supongo que con todos los
poderes, el teniente coronel de la Guardia Civil, retirado, Nicolás Velasco
Simarro, debido a que Valdés lleva toda la tarde supervisando unas posiciones
en La Alpujarra no llegando hasta a eso de las diez de la noche al Gobierno
Civil. Rosales logra hablar con Velasco, el cual le asegura igualmente que no le harán nada.
Miguel y Federico se dan un
fuerte abrazo de despedida, será la última vez que se vean, y según declaró a
Penón, intenta localizar lo más
rápidamente posible a su hermano José.
Es consciente que el tiempo corre en su contra y no puede perder ni un segundo.
Es conveniente que haga un alto
en el camino para hacer la siguiente puntualización. El relato de las actuaciones de Miguel Rosales aquella
tarde, las hago basándome principalmente en lo que éste le contó a Penón. Obviamente, si se tuviera en cuenta el escrito de Enma
Penella sobre la confesión que le hizo su padre antes de morir, donde éste
implica en la delación del poeta a Miguel, el relato naturalmente sufriría
importantes cambios. No obstante, hay
que decir, que esta presunta implicación de uno de los Rosales en los hechos,
no está ni mucho menos demostrada ya que no podemos tener la certeza absoluta
de que Ruiz Alonso dijera la verdad a su
hija, o que debido a los muchos años transcurridos, no pudiera equivocar
algunos datos. Podemos tener la certeza, además, de que este hombre nunca contó
toda la verdad en las distintas entrevistas que concedió, e incurrió en
diferentes contradicciones. El contenido del escrito que mandó la actriz a
Pozo, se publicó en su momento y me
limito simplemente a exponerlo aquí. Después, que cada cual saque sus
conclusiones.
Sigamos pues. Miguel Rosales
abandona el Gobierno Civil e intenta de manera infructuosa localizar a algunos
de sus hermanos, especialmente a “Pepiniqui” Algunas horas después, ya de
noche, José, Miguel y Luis Rosales,
acompañados de un falangista amigo de la familia, Cecilio Cirre, van al
Gobierno Civil para procurar la liberación de Lorca. Velasco Simarro les dice
que Valdés aún no ha llegado, lo cual probablemente sea cierto, y tiene lugar
un encontronazo entre Luis Rosales y Ruiz Alonso en una sala bastante grande.
Rosales le preguntó gritando por qué se ha presentado en casa de un superior
suyo y ha detenido a un amigo, a lo que Alonso le responde:
"Bajo mi única responsabilidad".
Según explicó Rosales, fueron
tres las veces que se lo preguntó, tantas como se produjo la misma respuesta.
Después, Cirre lo zarandeó y le ordenó que se retirara
Ruiz Alonso, negó a Ian Gibson haber participado en aquella escena,
mientras que Cirre confirmó que la escena ocurrió tal y como se ha descrito.
No consta que ninguno de los
Rosales viera en aquella ocasión a Federico García Lorca.
Más tarde, aquella misma noche,
suponemos que después de las diez, José Rosales vuelve al Gobierno Civil donde
intenta nuevamente conseguir que suelten al poeta. Con cierta furia llega hasta el despacho de
Valdés que se encuentra en compañía de algunos de sus colaboradores. Tienen una
discusión muy subida de tono, donde José Valdés le explica que existen unas acusaciones contra García Lorca. Le enseña la denuncia, y después de que José la
haya leído le dice:
"Si no fuera por esta denuncia, yo dejaría que te
lo llevaras, pero no puede ser porque mira todo lo que dice".
Antes de irse, Pepiniqui ve a
Lorca unos momentos y le da su palabra
que irá pronto a sacarlo de allí.
OBRAS CONSULTADAS
VIDA,
PASIÓN Y MUERTE DE FEDERICO GARCÍA LORCA. Ian Gibson. 1998. Plaza & Janés.
Editores, S.A. 2003, para esta edición. Ediciones Folio, S.A. Edita ABC, S.L.
LOS
ÚLTIMOS DÍAS DE GARCÍA LORCA. El libro-documental fundamental sobre el caso
Lorca. Eduardo Molina Fajardo, 2011. Editorial Almuzara, S.L.
EL
SILENCIO DE LOS ROSALES. Última huella de Federico García Lorca. Gerardo
Rosales. Editorial Planeta, 2002.
LAS
TRECE ÚLTIMAS HORAS EN LA VIDA DE GARCÍA LORCA. Miguel Caballero Pérez. La
esfera de los libros, S.L, 2011.
LORCA,
EL ÚLTIMO PASEO. Gabriel Pozo, 2009. Información aparecida en El País, 10-12-2009,
con información sobre el libro citado.
Se me ha olvidado citar entre las obras consultadas, la siguiente: AGUSTÍN PENÓN. Diario de una busqueda lorquiana. Edición a cargo de Ian Gibson, Plaza & Janés. 1990.
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