La inquina intelectual de Justo Serna contra Podemos

Justo Serna es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y prolífico escritor que ha colaborado en El País. Un servidor solía seguirlo por Facebook hasta que se me hizo muy cuesta arriba seguir leyendo sus diatribas antipodemitas. 

La mejor forma para no discutir con nadie, y más si no existe ningún tipo de afinidad, es olvidar que tiene perfiles en las RRSS. Facebook te permite interactuar y comentar las opiniones de los demás, siempre que los demás estén dispuestos a tolerar tu presencia. En fin, antes de poner aprueba la tolerancia de Justo Serna decidí ignorarlo. Eso es lo bonito, simplemente olvidando a los sujetos que no nos agradan -por muchas luces que tengan- dejamos de fustigarnos. El ser humano en ocasiones es algo masoquista.

En una ocasión dijo Justo Serna  que "El lenguaje que emplea Pablo Iglesias es estremecedor y, en ocasiones, patético. Sirve para enmarañar, para enredar y para enredarse evitando así lo real y sus efectos y defectos". Para hacer tal afirmación del patetismo del líder de Podemos, el sr.Serna divagaba con cierto orden (aunque eso parezca imposible) y de una forma asombrosa llegaba a la conclusión  de que tenía "la impresión de que Iglesias es un tipo convencido de sus metas, un sujeto que se juzga omnipotente y que se deja engañar por sus expectativas y juicios erróneos. Es un narcisista equivocado. Pero creo también que es un palabrero, un tacticista, un oportunista de izquierdas".

Hacía tiempo que no sabía nada de Justo Serna (me había olvidado de su existencia) hasta que hace un rato un amigo virtual ha compartido una de sus largas reflexiones "facebookianas". En esta ocasión el sr. Serna tampoco ha despreciado la ocasión para cargar sus tintas contra el líder de la coleta. En una larga reflexión nos alertaba de los peligros de los extremistas y se centraba sobre todo en Pablo Casado.

Hay que reconocer la clase y la habilidad de este intelectual del buenismo progresista (progresismo que tiende a desaparecer) para insultar sin insultar. Tenemos que felicitarle. Al final de su dispendio palabrarista (me van a permitir el neologismo) y de leerle la cartilla a Pablo Casado, acaba así:

...No queramos ahora echar por la borda los derechos que son el aire que respiramos. Si atendemos a los extremistas, nos va a faltar aire. Y pronto llegará la asfixia. A ver si lo entienden todos: desde el PP hasta Ciudadanos, pasando por el PSOE y por Podemos.

Pablo Iglesias bien podría dejar el antifascismo callejero y autocomplaciente para otra circunstancia. A los extremistas no se les gana llamándolos fascistas.

Sin duda, a la calle hay que salir, pero no para impugnar resultados electorales, sino para exigir a nuestros representantes que no pacten con ultras de nuevo cuño, castizos y defensores de un modernismo reaccionario.

 Ah, y de paso lean o relean a Hannah Arendt: Pablo Iglesias y los demás... Arendt es nuestra inspiración. Otra vez.

Si no queremos hechar por la borda los derechos que se han conseguido después de cuarenta años no está demás en salir a la calle y manifestarse, pero no para impugnar nada. Porque Pablo Iglesias jamás ha hablado de impugnar los resultados electorales, sabiendo que impugnar es "Solicitar la nulidad de una decisión oponiendo razones que demuestren que es injusta o ilegal, o que no ha seguido los trámites reglamentados". Por lo tanto, las elecciones no se pueden impugnar con manifestaciones callejeras. Las manifestaciones en la calle antiVox, sirven, o deberían de servir, para que en las próximas elecciones no veamos que la homofobia, el racismo y le integrismo católico consigan escaños. Las manifestaciones deberían de servir para hacer ver a las personas que Vox es un peligro para "los derechos que son el aire que respiramos". y por defecto también sirven para "exigir a nuestros representantes que no pacten con ultras de nuevo cuño, castizos y defensores de un modernismo reaccionario". 

Cuando envejecemos aparte de quedarnos calvos, de perder la figura y la lozanía, a veces nos volvemos gilipuertas y alguien nos lo tiene que recordar. Porque la vejez, en algunas ocasiones, nos dota de una prepotencia narcisita que a veces raya lo patológico.