lunes, 1 de junio de 2020

MARX Y ENGELS NO CONOCÍAN ESPAÑA. LA III REPÚBLICA TIENE QUE SER FEDERAL



Esta cita la usan mucho tanto la derecha nacionalista como la izquierda del mismo sesgo. Quise comprobar la veracidad y descubrí que esta sacada de un artículo escrito con el advenimiento de la I República Firmado por Marx y Engels.

La sensación que tengo es que los dos firmantes del artículo no parecían conocer muy bien España. La cita es cierta, pero hay que leer todo el artículo para entender que querían decir Marx y Engels. Para ellos, tanto la república moderna como la monarquía eran sistemas de dominación, pero vaticinaban que una república democrática facilitaría al proletariado una revolución efectiva. Ya se vio en 1936 que esto no fue así, que la revolución fue la del Ejército africanista ayudado por, precisamente la reacción. Para Marx y Engels destruir la unidad nacional era reaccionario, porque debían de pensar que un país centralizado mantendría junta a la clase obrera. Eso no es cierto, ya que para recibir el apoyo de la masa obrera la izquierda tenía que pelear con todas las derechas; desde la CEDA y la falangista, hasta la alfonsina y la carlista. Precisamente un estado federal no rompe ninguna unidad, al revés une. En un país federal las frontera no son obstáculo para unir a la masa obrera. el problema que ha tenido siempre la clase obrera es que no toda era izquierdista. ¿Porque se piensan que las derechas ganaron en 1933 o porque la izquierda ganó por un pequeño margen de votos en 1936, en una sociedad donde la clase media era bastante mermada.

Según Marx y Engels, habría que deshacer al Ejército para que Cataluña perdiera sus ganas de separarse. Absurdo, porque conociendo al Ejército español, que como bien mencionan Mar y Engels, estaban acostumbrados a destituir gobiernos mediante los sonados pronunciamientos, hubiera sido un suicidio para la izquierda. Suprimir o intentar suprimir al Ejército español hubiera significado tener ipso facto una dictadura militar, lo que habría que hacer es atraer al Ejército a la causa proletaria. Algo similar ocurriría si hoy se nos ocurre acabar con los uniformados.  Lo que ocurrió en 1936 no le dio la razón a Marx y a Engels, fue la reacción la que acabó con la II República, la que quiso acabar con los estatutos de autonomías del País Vasco y de Cataluña, porque no existe nada más reaccionario que los unionistas nacionalistas (sean de izquierdas o de derechas). La historia ha sí lo ha rebelado.

Que la derecha y la izquierda patriótica usen esa cita de Marx y Engels es absurdo porque proviene de un texto que aconseja eliminar el "glorioso Ejército nacional". Entonces pues, adiós a ese pasado del que tanto nos están hablando Pedro Insua, María Elvira Roca Barea o los seguidores de Gustavo Bueno que han acabado en Vox. El texto de Marx y Engels es antipatriótico.


 
LA REPÚBLICA EN ESPAÑA 
Der Volksstaat 1 de marzo de 1873 

Es difícil decir cuál de las dos ha caído más bajo, desde hace tres años, la monarquía o la república. La monarquía -al menos en el continente europeo- marcha en todas partes, a un ritmo cada vez más rápido, hacia su última forma, eJ cesarismo. Pseudoconstitucionalismo con sufragio universal, un ejército en aumento desbordante para apoyar al gobierno, compra y soborno como medios principales de gobierno, así como enriquecimiento mediante corrupción y embuste como único objetivo del mismo, suplantan por doquier, de forma irresistible, todas aquellas hermosas garantías constitucionales, aquel equilibrio artificial de poderes, con el que soñaban nuestros burgueses en la idílica época de Luis Felipe, en la que hasta los más corruptos eran ángeles inocentes, comparados con los grandes hombres de hoy. A medida que la burguesía va perdiendo cada día más el carácter de clase momentáneamente indispensable dentro del organismo social, que se desprende de sus peculiares funciones sociales, que se transforma en una pura pandilla de embusteros, en esa misma medida se convierte su Estado en una institución protectora, no de la producción, sino del robo abierto de productos. Tal Estado no sólo lleva en sí su propia condena, sino que la historia lo ha condenado ya en Luis Napoleón. Pero es, a la vez, la última forma de la monarquía. Todas las otras formas de ésta quedan bloqueadas y anticuadas. Tras él, ya sólo es posible la república como forma de Estado. 

Pero la república no corre mejor suerte. Desde 1789 hasta 1869 fue el ideal de entusiastas luchadores por la libertad, ideal constantemente perseguido, alcanzado tras dura y sangrienta lucha, pero apenas alcanzado, de nuevo se escapaba. Desde que un rey ha conseguido hacer de Prusia una república francesa, todo esto ha cambiado. A partir de 1870 -y aquí está el avance- no serán ya los republicanos quienes harán las repúblicas -sencillamente porque ya no hay republicanos puros-, sino monárquicos desconfiados de la monarquía. En Francia los burgueses que simpatizan con la monarquía refuerzan la república, mientras que en España la proclaman con el fin de evitar la guerra civil, en el primer país debido a que hay demasiados pretendientes, en el segundo debido a que el último rey posible hace huelga. Hay en ello un doble paso adelante. 

En primer lugar, ha quedado destruido el embrujo que hasta hoy envolvía el concepto de república. Tras los precedentes de Francia y España, sólo un Karl Blind puede permanecer atado a la superstición de los maravillosos efectos de la república. Esta se manifiesta, por fin también en Europa, como lo que, conforme a su esencia, es efectivamente en América, como la forma más acabada de dominación de la burguesía. Digo «por fin también en Europa» porque no podemos hablar aquí de repúblicas como Suiza, Hamburgo, Bremen, Lübeck y la ex-ciudad libre de Frankfurt -que en gloria esté-. La moderna república a la que aquí nos referimos es la organización política de un gran pueblo, no el minúsculo centro político de una ciudad, cantón o club de cantones que, como herencia de la edad media, han adoptado formas más o menos democráticas, y, en el mejor de los casos, han sustituido el dominio de los patricios por el dominio -no mucho mejor- de los campesinos. Suiza vive medio de la indulgencia, medio del celo de sus grandes vecinos. En cuanto éstos se ponen de acuerdo, tiene que guardarse sus solemnes frases republicanas y bajar la cabeza. Tales países sólo subsisten mientras no intenten entrar en el curso de la historia, por lo que también se les impide tal entrada neutralizándolos. La era de las repúblicas europeas efectivas partirá del 4 de septiembre o mejor, del día de Sedan, incluso si eventualmente se produjera un breve retroceso cesarista, fuera cual fuera el pretendiente. En este sentido, puede decirse que la república de Thiers constituye la final realización de la república de 1792,  la república de los jacobinos sin el autoengaño de éstos. A partir de ahora, la clase obrera no puede sufrir más engaños acerca de lo que es la república moderna: la forma de Estado en la que el dominio de la burguesía recibe su última y más acabada expresión. En la república moderna se realiza, por fin, claramente la igualdad política, que en todas las monarquías se hallaba todavía sometida a ciertas excepciones. Y esta igualdad política ¿qué otra cosa es sino la explicación de que las oposiciones de clase no atañen al Estado, de que
los burgueses tienen tanto derecho a ser burgueses como los proletarios a ser proletarios?


Pero los burgueses mismos sólo introducen esta última y más cabada forma del dominio burgués, la república, con la mayor aversión, se les impone por la fuerza. ¿De dónde proviene tal contradicción? Del hecho de que la introducción de la república significa romper con toda la tradición política, de que a toda organización política se le exige justificar su existencia, de que, en consecuencia, desaparecen todos los influjos tradicionales que, bajo la monarquía, sostienen el poder existente. En otras palabras: si la república moderna es la más acabada forma de la dominación burguesa, es, a la vez, la forma de Estado en la que la lucha de clases se libra de sus últimas cadenas y que prepara el campo de batalla para esa lucha. La moderna república no es otra cosa que este campo de batalla. Y tal es el segundo paso adelante. Por un lado, la burguesía siente que llega su fin en cuanto desaparece bajo sus pies el suelo de la monarquía y, con él, todo el poder conservador que residía en la supersticiosa fe de las masas ignorantes, especialmente del pueblo llano, en la nobleza de los príncipes. Lo mismo da que esta fe supersticiosa adore la realeza por la gracia de Dios, como en Prusia, o al fabuloso César de los campesinos, Napoleón, como en Francia. Por otro lado, el proletariado percibe que el canto fúnebre de la monarquía es, simultáneamente, la llamada a la batalla decisiva con la burguesía. En eso consiste la enorme importancia de la república, en no ser más que el limpio escenario del grande y último combate de la historia mundial. Ahora bien, para que este combate entre burguesía y proletariado llegue a una decisión tienen que hallarse también suficientemente desarrolladas ambas clases en sus respectivos países, al menos en las grandes ciudades. En España sólo ocurre esto en algunas zonas del país. En Cataluña, la gran industria posee, en términos relativos, un alto desarrollo; en Andalucía y en otras zonas predomina la gran propiedad territorial y el gran cultivo -propietarios y jornaleros-; en la mayor parte del territorio encontramos pequeños propietarios de tierra en el campo y pequeña empresa en las ciudades. Las condiciones de una revolución proletaria se hallan ahí, por tanto, relativamente poco desarrolladas, y precisamente por ello sigue habiendo todavía mucho que hacer en España en favor de una república burguesa; ésta tiene ahí, sobre todo, la misión de dejar limpio el escenario para la lucha de clases que se avecina. 

Para ello, lo primero que hay que hacer es suprimir el ejército e introducir una milicia del pueblo. España se halla tan afortunadamente situada, desde el punto de vista geográfico, que sólo puede ser atacada por un vecino, y esto sólo en el corto frente de los Pirineos, un frente que no constituye ni una octava parte de su perímetro total. Además, las condiciones del terreno de España son de tal naturaleza, que dificultan la guerra de movimientos de grandes ejércitos, en la misma medida en que facilitan la irregular guerra popular. Lo hemos visto con Napoleón, que llegó a enviar 300.000 hombres a España, los cuales fracasaron una y otra vez ante la tenaz resistencia popular; hemos visto esto innumerables veces desde entonces, y lo vemos hoy todavía en la impotencia del ejército español frente a las escasas partidas de carlistas en la montaña. Un país así carece de pretexto para tener ejército. Pero resulta que, desde 1830, éste no ha sido más que la palanca de todas aquellas conjuras de generales que cada pocos años derrocaban al gobierno mediante una rebelión militar para poner nuevos ladrones en lugar de los antiguos. Suprimir el ejército significa librar a España de la guerra civil. Esta sería, pues, la primera exigencia que los obreros españoles debieran plantear al nuevo gobierno. 

Eliminado el ejército, desaparece también el motivo principal por el que los catalanes, de modo especial, exigen una organización estatal federativa. La Cataluña revolucionaria, el suburbio obrero de España, por así decirlo, ha sido reprimida a base de grandes concentraciones de tropas, igual que Bonaparte y Thiers reprimieron París y Lyon. Por eso exigían los catalanes la división de España en estados federales con administración independiente. Si desaparece el ejército, desaparece el motivo principal de tal exigencia; la independencia se podrá alcanzar también, en principio, sin la reaccionaria destrucción de la unidad nacional y sin la reproducción de una Suiza mayor. 

La legislación financiera de España, tanto en lo que se refiere a impuestos internos como a los aranceles, es absurda de punta a cabo. En este aspecto puede hacer muchísimo una república burguesa. Igualmente, en la confiscación de la propiedad territorial de la Iglesia, a menudo confiscada, pero siempre vuelta a reunir, y, por último, de modo primordial, en la construcción de vías de circulación, que en ninguna parte se hallan en mayor descuido que ahí precisamente. 

Unos cuantos años de tranquila república burguesa prepararían en España el terreno para una revolución proletaria en unas condiciones que sorprenderían incluso a los obreros españoles más avanzados. En lugar de repetir la farsa sangrienta de la revolución anterior, en lugar de realizar insurrecciones aisladas, siempre reprimidas con facilidad. es de esperar que los obreros españoles aprovechen la república para unirse entre sí más firmemente y organizarse con vistas a una próxima revolución, una revolución que ellos dominarán. El gobierno burgués de la nueva república busca sólo un pretexto para reprimir el movimiento revolucionario y matar a balazos a los obreros, como lo hicieron en París los republicanos Favre y consortes. Ojalá los obreros españoles no les den ese pretexto. Marx y Engels Escritos sobre España. Cita aludida, pág. 243...👈

4 comentarios:

  1. Marx si conocía España y tenía muchos menos prejuicios respecto a nuestra nación que los burgueses ilustrados, era periodista y ya se había interesado por la revolución de 1854. Te aclaro lo del ejército, Marx como muchos pensadores revolucionarios del siglo XIX se oponía a los ejércitos permanentes por peligrosos para el poder civil y en cambio defendía el concepto de pueblo armado; sin ir más lejos era muy cercano a conceptos americanos como el derecho de los ciudadanos a portar armas o a la guardia nacional. Cada Estado de los Estados Unidos tiene su propia Guardia Nacional (ya que es una milicia estatal), y de acuerdo con las leyes el gobernador del Estado es el comandante en jefe constitucional de la Guardia Nacional de su Estado respectivo (así como el presidente de los Estados Unidos únicamente es el comandante en jefe constitucional de la fuerzas armadas federales o nacionales). No sólo eso, los jefes militares son elegidos por el pueblo en algunos estados. Exactamente como defendía Castelar en la Primera República. La elección de los capitanes y oficiales se efectuaba por votación democrática de los voluntarios de cada compañía, para cuyo efecto se reunían en las Casas Consistoriales de la ciudad bajo la presidencia del Alcalde o un Teniente de Alcalde y los concejales que formaban la Comisión
    de la Milicia Nacional ya que Castelar restableció el reglamento de la Milicia del Trienio Liberal que establecía la elección democrática de sargentos y mandos. En España la Milicia Nacional era un cuerpo de ciudadanos armados que tenían el propósito de mantener el orden público y defender el régimen constitucional. La Milicia Nacional como tal se restableció formalmente cuando Emilio Castelar lo estableció por Decreto de la Presidencia de la Primera República hasta que fue formalmente disuelta definitivamente por el gobierno de Cánovas del Castillo.

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  2. La opinión de Juán Francisco Martín Seco : "El grito de “viva Cartagena” ha quedado como sinónimo de desorden, de anarquía, de desgobierno. En la actualidad, podría traducirse también por un “viva Cataluña”. El “viva Cartagena” es expresión del atávico individualismo español, y de la inveterada tendencia centrífuga tan propia de nuestro país. El cantonalismo originó la muerte de la Primera República española.

    Son muchos los que, como Galdós, cometieron el error de identificar república y federalismo o, lo que es lo mismo, centralismo y absolutismo. Mariclío, personaje central y representativo de la quinta serie de los Episodios Nacionales, se expresa del siguiente tenor: “La idea federal es hermosa… pero dudo, ¡ay!, que pueda implantarla de una manera positiva y duradera un pueblo que ayer, como quien dice, ha roto el cascarón del absolutismo”. Galdós escribe a posteriori de los acontecimientos históricos. “ La Primera República ”, “De Cartago a Sagunto”, “Cánovas”, todas estas obras constituyen la parte más triste de su producción literaria, la historia de un desencanto, la confirmación de que el sueño de libertad iniciado en la Gloriosa ha muerto y que el regreso de la reacción es inminente. En estos últimos Episodios Nacionales el escritor canario pierde la objetividad que le ha caracterizado en otras muchas obras y señala como único culpable de la represión y del fracaso de la revolución al absolutismo, pasando por alto la parte de culpa que pudiera corresponder a los múltiples errores cometidos por los federalistas.

    En contra de la opinión de los conservadores, el movimiento cantonalista estuvo muy lejos de ser una revolución social. Solo Alcoy y alguna que otra actuación aislada en Andalucía por la influencia anarquista y de la Internacional serían dignas de recibir tal denominación. En el resto, el levantamiento fue originado por una burguesía; como algunos historiadores los han denominado, políticos de café, en realidad mitad políticos, mitad literatos, generalmente provincianos, con una visión utópica de la realidad.

    Pi y Margall pasa por ser el padre intelectual del federalismo español. Su pensamiento hunde sus raíces en un anarquismo utópico heredero de Proudhon con tintes individualistas y en el que la democracia debe basarse en pequeñas unidades políticas –cuanto más pequeñas mejor—, que tiene como sumo analogado a la familia. Si tales planteamientos resultaban utópicos y alejados de la realidad a finales del siglo XIX, hasta hasta el punto de producir acontecimientos que ya entonces parecían grotescos y esperpénticos, ¿qué calificativo deberemos otorgar a los que pretenden copiarlos en la actualidad? sigue aquí : https://paniberismosocialista.wordpress.com/2007/08/12/el-actual-movimiento-cantonalista-articulo-de-juan-francisco-martin-seco/

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  3. A mi la opniión de estos izquierdistas nacionalistas me interesa más bien poco, o más bien nada. Gracias por intentarlo alfonso. Veo que tu ánimo no decae ni siquiera durante la pandemia. Primero porque son excesivamente historicistas y comparar tiempos pasados para desde el presente analizar la actualidad es anacrónico. Y segundo porque se les ve el plumero a leguas.

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    1. El plumero de Juan Martín Seco : Ante la muerte de mi amigo Julio Anguita https://www.republica.com/contrapunto/2020/05/16/ante-la-muerte-de-mi-amigo-julio-anguita/ a través de @Republica_com

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