jueves, 7 de febrero de 2019

Respondiendo a Xabel Vegas sobre el conflicto venezolano


Algo ha cambiado en esta última crisis en Venezuela. Y lo digo porque llevo años siguiendo el día a día de estas crisis venezolanas que cada cierto tiempo se desencadenan. La gran diferencia es que antes teníamos que intuir que los EEUU estaban detras -aunque era demasiado obvio- de los intentos de desastabilización de la democracia venezolana, y con Donald Trump se han caído los complejos y las caretas. Defnitivamente podemos afirmar, como muy bien dijo el Canciller Arreaza:  “EE.UU. no está detrás del golpe de Estado, está delante”.

Tengo que admitir y darle la razón a mi amigo Luis de Guezala. Todavía no ha habido un golpe de Estado en Venezuela, porque para ello Juan Guaidó además de autoplocamarse como presidente encargado, hubiese necesitado de un verdadero golpe (armado) para hacerse con los resortes del poder. Guaidó no tiene apoyos suficientes (armamento y contingencia) para hacerse con el Gobierno estatal: sus aliados armados están fuera de las fronteras venezolanas. La autoproclamación de Juan Guaidó, son prácticas golpistas, pero no deja de ser una declaración de intenciones. Por eso todavía no está preso. El poblema es que EEUU ha cedido el control de cuentas del Gobierno de Venezuela a Guaidó, y aquí ya hablamos de ilegalidades y de usurpación de poderes.

Algo ha cambiado en esta crisis (parece que muchos han despertado), porque me estoy encontrando día a día con artículos en defensa de Nicolas Maduro, algo que apenas sucedía en etapas anteriores. Aunque la prensa borreguera (El País, El Mundo), sigue enfrascada en su lucha habitual, desde otros rincones de la Red hemos podido leer infinidad de artículos criticando a la oposición venezolana y apoyando a Maduro.

También están los equidistantes: son todos malos. Esto irremediablemente me recuerda a la II República y a la Guerra Civil española. Algo parecido a mi entender pasa en Venezuela. Entre uno de esos artículos equidistantes me he topado con el del politólogo y músico Xabel Vegas (en las RRSS hay de todo):
Cuestionar la legitimidad democrática de Maduro no convierte automáticamente a nadie en un esbirro del capital, en un lacayo de los intereses petroleros estadounidenses o en amigo de Felipe González. Salvo que pretendamos leer la realidad política internacional como si se tratase de una película en la que solo existen buenos y malos.
Este recurso es muy usado cuando no se simpatiza con ninguna de las partes del conflicto: todos son malos y nadie tiene la razón; sin embargo en el análisis empírco de la situación venezolana, mal que pese a los buenistas, hay unos que tienen la razón (el Gobierno legítimo) y otros que jamás la tuvieron. Por lo tanto cabe decir que en este cuento hay unos malos muy identificables.
Cuando un Estado reconoce a un presidente de gobierno de otro país en el que se ha producido un conflicto de legitimidades, también está haciendo uso de su soberanía. El respeto a la soberanía ajena no implica renunciar a la propia. Cada Estado tiene derecho a decidir qué líderes políticos de otros países considera más legitimados y, por tanto, a cuáles reconoce como tales.
Juan Guaidó no puede ser reconocido como Presidente de Venezuela, porque no ha sido elegido democráticamente y ni siquiera ha llegado al poder por las armas. A Franco, Inglaterra y Francia lo reconocieron como Jefe de Estado en el año 39, a la conclusión de la Guerra Civil. Reconocer a Juan Guaidó como Presidente encargado lo único que consigue es agravar el problema que queremos resolver:
Un gobierno que no formula las mismas exigencias a Venezuela que a Arabia Saudí, es un gobierno incoherente. Pero esa incoherencia no convierten en injustas las exigencias a Venezuela sino la falta de exigencias a Arabia Saudí. Por otro lado no es un asunto menor que en Venezuela, a diferencia de Arabia Saudí, exista un movimiento opositor muy potente que se ha alzado contra el régimen de Maduro.
Esa incoherencia lo que demuestra es que la geopolítica se mueve por intereses meramente económicos. Como Arabia Saudí nos es proclive a nuestros bolsillos, pues le permitimos asesinatos de periodistas y demás horribles crímenes; en contraste está Venezuela y el chavismo, que según parece ser son peligrosos para el mercado de rapiña (neoliberalismo).

Y no se encuentra sola Arabia Saudí en el ranking de satrapías repugnantes, solo que de ellas no se habla. Y tampoco no solo se pasa hambre en Venezuela, según la ONU "El hambre en el mundo afecta a 821 millones de personas". por lo tanto, todo este asunto venezolano tiene un tufillo -tufazo más bien- de intereses económicos que ponen en duda esas "exigencias a Venezuela" por parte de cierta comunidad internacional. Asunto importante es que exista oposición en Venezuela y no en el reino saudita. Allí jamás puede existir una oposición reconocible. La brutalidad del régimen lo impide.
Más allá de la posición que podamos tener cada uno sobre Venezuela, lo cierto es que la legitimidad democrática, tanto del gobierno como de la oposición, está en cuestión por la otra parte. Y cualquier solución razonable pasa por un acuerdo entre las partes que permita convocar elecciones presidenciales verdaderamente limpias y reconocidas por todos. Lo contrario sería mantener una situación que resulta insostenible para una parte muy importante de la sociedad venezolana. O, en el peor de los casos, desembocaría en un enfrentamiento civil o incluso en una intervención exterior que sería un desastre desde el punto de vista del coste humano. Ahora bien, para negociar con alguien es preciso reconocer antes al otro como interlocutor legítimo y como representante de una parte de la sociedad venezolana. No veo de qué manera llamar a uno dictador y al otro golpista puede ayudar lo más mínimo a salir de la encrucijada en la que se encuentra Venezuela.
En mayo del año pasado hubo elecciones presidenciales, Zapatero denunció que la comunidad internacional antes de que se celebrasen ya hablaba de tongo. Fue la propia UE quien no quiso mandar observadores imparciales: Ahora nos quieren convencer de que todo se resuelve con unas elecciones nuevas.


En fin, está muy bonita esa equidistancia -muy a lo errejonista-, nos vuelve muy ponderados, justos e imparciales, pero en realidad es un discurso hueco que no resuelve nada y que como los liberales españoles de la II República (Unamuno, Marañón o lo que han llamado la 3ª España), acabaron inclinándose disimuladamente, o no tanto, por el lado derecho de la balanza.

Uno de esos artículos que defienden, a mi modo de ver la verdad lo hemos leído en CTXT:
Así que llámenlo como quieran: intento de cambio de régimen, golpe de Estado, golpe “suave” –el ejército no lo ha apoyado–, pero no lo llamen constitucional. La estrategia de la oposición se basa en el artículo 233 de la Constitución, que otorga a la Asamblea Nacional el poder de declarar el “abandono” del cargo por parte de un presidente. Por supuesto, lo bueno es que Maduro no ha hecho nada parecido, y solo el Tribunal Supremo puede descalificar a un presidente en ejercicio. A pesar de los gritos de dictadura, la oposición ganó las últimas elecciones que impugnaron, asumiendo el control de la Asamblea a finales de 2015 y utilizando su plataforma para intentar derrocar a Maduro.

Cuando la Asamblea insistió en que tomaran posesión diputados acusados ​​de fraude electoral, el Tribunal Supremo declaró a la Asamblea en desacato, y desde entonces asistimos a un enfrentamiento entre este poder y el judicial. Para romper ese bloqueo, Maduro convocó  elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, como lo autoriza el artículo 348 de la Constitución. La oposición boicoteó esas elecciones argumentando condiciones electorales injustas, y, de esta manera, entregó la victoria al chavismo. Cuando Maduro fue reelegido el año pasado, la mayor parte de la oposición nuevamente se negó a participar.
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2 comentarios:

  1. Gracias por tu respuesta, Juan Antonio. Y sobre todo por debatir mi posición de manera respetuosa y sin insultos. Solo un pequeño error en el título: mi apellido, Vegas, se escribe con uve.

    Un saludo cordial

    Xabel Vegas

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